viernes, 24 de julio de 2015

LA ASESINA-SIN-QUERER DE GORRIONES

Cuando era pequeña me dedicaba a salvar gorriones. Solían caerse del nido al patio interior que había en la casa donde vivía con mis padres. El edificio de cinco pisos constaba de cuatro bloques y abarcaba una manzana. Escondía en su centro un patio rectangular largo y estrecho bajo el cual había entonces un local donde se vendían coches. Con cada generación de gorriones algunos descendían desde el tejado y no sabían volver a subir o no tenían fuerza suficiente para ascender la altura total del edificio. Intentaban posarse sobre la pared en una imposible posición vertical y volvían a caer. Entumecidos, dejaban de intentarlo, se quedaban quietos y piaban incesantemente pidiendo auxilio.

Un alma sensible y caritativa como la mía no podía soportar semejante abandono así que salía al patio desde la ventana de la cocina, cosa que podía hacer porque vivíamos en el primer piso, los atrapaba y los metía en una caja. Les daba de comer pan  remojado en agua o en leche con un palillo de dientes. No recuerdo haber conseguido salvar más que a uno, que era un poco mayor que los otros y bastó con sacarlo a la ventana de una de las habitaciones que daban a la calle. Desde allí, el animal voló hacia uno de los frondosos aligustres que crecían desde la calle y cuya altura alcanzaba casi la ventana.


Dejé de salvar gorriones cuando me cansé de verles morir y cuando me percaté de que si los dejaba solos, bajaba la madre a darles de comer y más temprano que tarde la cría aprendía a volar hacia arriba, hacia el cielo, y salía del tubo vertical que era aquel patio. Y por cierto, que era un gusto ver la escena de la madre alimentando al polluelo, siempre con sus alitas abiertas pidiendo más.

Me acordé de los gorriones del patio el otro día, viendo a uno atrapado en el interior de un edificio. Se había posado en la repisa de una ventana muy alta a la que únicamente se podría acceder con una escalera de mano, de las muy altas, de las de vértigo. El de mantenimiento iba a ser el encargado de sacarlo del encierro de cristal al que nunca jamás podría llegar su madre. La madre del gorrión, evidentemente, no la del de mantenimiento.  No sé qué habría pasado al final, no me pude quedar para ver cómo acababa la historia. Tampoco tenía tiempo ni ganas. La vida, que nos endurece.


El caso es que leí en una ocasión la historia de un mono de alma sensible y caritativa que se dedicaba a salvar a unos peces de morir ahogados en el río, sacándolos de este y depositándolos amorosamente sobre las piedras de la orilla. Ni qué decir tiene que los peces perecían asfixiados. Así me sentí yo, necia como el mono, empedrando de buenas intenciones el camino al infierno. 


viernes, 19 de junio de 2015

¡Y LUEGO QUE LOS NIÑOS ESTÁN ESTRESADOS!

Estos últimos días de clase hemos estado casi todos de excursión. Cuanto mayor me hago, más odio las canciones de autobús. Con lo a gusto que las cantaba yo cuando era pequeña...Pero me llama cada vez más la atención la obsesión que van teniendo los niños por el "luego". No importa lo bien que se lo estén pasando, ellos preguntan continuamente "luego, ¿qué vamos a hacer?" o también "¿cuánto rato vamos a estar aquí? ¿dónde vamos después? ¿qué vamos a hacer? ¿y después?" Es natural la impaciencia infantil pero en no pocos casos raya en la obsesión por el después, en el desasosiego más estresante. 

Pero pensemos en nuestro día a día con los niños. En la escuela, el horario es el que es, el calendario es el que es, las actividades tienen tiempos acotados, todo tiene que estar acabado en un plazo determinado. Las jornadas especiales van marcadísimas y los preparativos han de estar a tiempo. En la familia, es un continuo correr de casa al colegio, del colegio a casa, de casa al colegio, del colegio a la extraescolar de inglés, de música, al entrenamiento de fútbol, de baloncesto; corre que tengo el coche mal aparcado, en zona de pago; corre que tengo que comprar no sé qué para la cena, para mañana, que me cierran la tienda; corre que luego tenemos que ir....
¡Si somos nosotros los que hemos enseñado a nuestros hijos a correr para tener sed! No nos extrañe que vivan prisioneros de ese luego que cuando llega es solo la puerta a otro luego posterior. 


Disfrutemos o suframos el momento, según lo que toque, pero VIVAMOS el momento. Enseñemos a nuestros hijos, alumnos, a vivir cada momento. Paremos un poco. Reduzcamos la velocidad de nuestras vidas.
Aprovechemos el verano para dejar el reloj en casa, quitemos los datos del móvil para no estar pendientes de todo y de nada a la vez, vamos a fijarnos en ese pájaro que no habíamos visto nunca porque no nos solemos fijar, dejemos de correr algún día por lo menos. 


Lo podemos llamar zen, carpe diem o mindfulness. Es todo lo mismo y responde a la necesidad natural que tenemos de tomarnos la vida con más calma. Y si nos tenemos que aburrir, nos aburrimos tranquilamente, que no es obligatorio estar todo el tiempo entretenidos. El aburrimiento es lo que hace que seamos creativos precisamente porque no queremos aburrirnos, pero si llenamos nuestro tiempo de todo y de nada, tampoco nos entretenemos ni disfrutamos, solo nos movemos deprisa y sin rumbo. Al final del día estamos agotados y pensamos "pero si no he hecho nada de lo que quería hacer y no he parado" y así se pasan los días. 
De todo esto se empapan nuestros niños y luego nos quejamos de que están estresados...

La tiranía del luego o la paz de cada momento con su tiempo. Elijamos.