jueves, 20 de agosto de 2020

Fumadores y no fumadores: ¡esos humos!

 Esta mañana, caminando por la sombra hacia la panadería, me ha llamado la atención una mujer sentada sobre un escalón alto de una antigua oficina que hoy está vacía.  Es una mujer del barrio, la conozco de vista y ella a mí, nos solemos saludar. Parecía incómoda al verme avanzar hacia ella. Yo iba con mi mascarilla y ella...estaba fumando. 😱

Se había separado del grupo con el que suele compartir mesa en la terraza de la panadería, en frente, y yo caminaba y amenazaba con invadir los dos metros de distancia que los/as fumadores/as han de mantener con el resto de la humanidad para poder consumir ese cigarrillo que va camino de convertirse, si no lo ha hecho ya, en un objeto estigmatizador. Supongo que se preguntaba si se tenía que ir o yo la iba a esquivar. Porque si una persona está fumando en un sitio y alguien se le acerca ¿se tiene que ir? ¿Tiene que poner un triángulo de peligro? Obviamente, no me metí en "su" espacio, la dejé fumar tranquila. 

Casi me dan pena los/as fumadores/as. Casi. Porque al margen del Covid y de si el humo del tabaco favorece el contagio o no, echo la vista atrás y no tengo más que malos recuerdos. 

Mis padres fumaban. En la cocina y en el salón. Llegar a casa de la calle y empezar a picarme la garganta al entrar en el salón, todo uno. Pero era lo normal, te aguantabas. 

Mis tíos y mis tías fumaban. En cada celebración familiar, humo y más humo, tanto en la casa donde estuviéramos como si era en restaurante o sociedad. Y ya que estábamos celebrando, ¡qué menos que encender unos puros! Pero era lo normal, te aguantabas. 

Se fumaba en los bares, restaurantes, hasta en el autobús. ¿Nunca os habéis llevado un quemazo en lugares con mucha gente? ¿O habéis vuelto a casa y habéis descubierto un agujerito en la ropa? Pero era lo normal, te aguantabas.

Se fumaba en las aulas del instituto y de la universidad, entre clase y clase. Por supuesto, en el pasillo también. Una vez, en la Escuela de Magisterio le pedí a un grupo que siempre se quedaba en la clase para fumar entre sesión y sesión si no les importaba fumar fuera en vez de dentro porque luego se quedaba la clase cargada y la respuesta fue un más que chulesco "sí nos importa". Pero era lo normal, te aguantabas. 

Se fumaba en el trabajo. Abríamos ventanas. 

¡Qué frío, cierra eso!

Cuando se vaya el humo. 

¡Ya estamos! 

Y te aguantabas, porque era lo normal.

Viaje largo en tren con una amiga, fumadora; me hago cargo, tantas horas sin fumar, pobre, ya vamos en el vagón de fumadores (cuando se podía elegir). Era lo normal, aguantarse. 

El primer espacio para no fumadores que conocí fue mi coche, cuando tuve el mío. El segundo, mi casa. 

El suelo de la calle, lleno de colillas; la arena de la playa, llena de colillas enterradas en la arena. ¡Asco! Y así seguimos: termino el cigarrillo y lo tiro al suelo o lo apago en la arena y ahí lo dejo. Como si es un empedrado medieval, todo es un gigantesco cenicero. ¿Es mucho pedir que llevéis una cajita a modo de cenicero? Sé que venden cosas así, pero en la playa una simple lata de refresco con un poco de agua basta, no es tan difícil. 

Ya no nos aguantamos. Y ahora somos malísimos y marginamos y pero ¡qué va a a ser esto! Si simplemente hubiera habido respeto por el no fumador en vez de burlas y desplantes, hoy no estaríamos así, con los/as fumadores/as buscando rincones para fumar sin ser molestados/as (no para no molestar, nótese el matiz).

Es de justicia reconocer a las pocas personas que siempre preguntaban en un sitio cerrado: "¿te molesta que fume?", que también las había. 

Ya sé lo que vais a contestar, lo de siempre, que los humos de los coches y tal. A eso también se le está poniendo remedio, no tenéis la exclusividad. Los vehículos están evolucionando a motores eléctricos (las baterías también contaminan lo suyo, pero eso es otra historia) y las ciudades cada vez tienen más zonas peatonales y carriles-bici. 

No es venganza, aunque personalmente no puedo evitar sentir cierto regocijo cuando oigo quejas y recuerdo las no atendidas de antaño, sino poner las cosas en su sitio. Fumar es una afición-adicción dañina para quienes fuman, para quienes fuman pasivamente, para el medio ambiente y para la sanidad que tiene que tratar enfermedades derivadas del tabaquismo con dinero público. Espero que al menos los impuestos del tabaco (y del alcohol) ¡se inviertan en sanidad! ¿Quieres fumar? Vale, fuma, pero lejos de mí, y no manches, llévate los restos contigo hasta el próximo cubo de basura que encuentres.