miércoles, 27 de marzo de 2024

VIDA Y RECUERDOS

¿Dónde está la vida de quien tiene más recuerdos que planes? Si desaparecen tus recuerdos, ¿qué te queda?
¿En qué neblina se deshilacha tu vida cuando mueren las neuronas guardianas de tu memoria?
Tu pasado es una sombra.
Tus seres más cercanos y más queridos son fotografías desvahidas de personas sin nombre.
Tu propia imagen es la de alguien que ya no existe; tu juventud es la de otra persona, difuminada con las ceras del tiempo.
Tus objetos personales ya no abren las puertas del tiempo; ya no te llevan a épocas pasadas, felices, jóvenes, maduras. 

jueves, 20 de agosto de 2020

Fumadores y no fumadores: ¡esos humos!

 Esta mañana, caminando por la sombra hacia la panadería, me ha llamado la atención una mujer sentada sobre un escalón alto de una antigua oficina que hoy está vacía.  Es una mujer del barrio, la conozco de vista y ella a mí, nos solemos saludar. Parecía incómoda al verme avanzar hacia ella. Yo iba con mi mascarilla y ella...estaba fumando. 😱

Se había separado del grupo con el que suele compartir mesa en la terraza de la panadería, en frente, y yo caminaba y amenazaba con invadir los dos metros de distancia que los/as fumadores/as han de mantener con el resto de la humanidad para poder consumir ese cigarrillo que va camino de convertirse, si no lo ha hecho ya, en un objeto estigmatizador. Supongo que se preguntaba si se tenía que ir o yo la iba a esquivar. Porque si una persona está fumando en un sitio y alguien se le acerca ¿se tiene que ir? ¿Tiene que poner un triángulo de peligro? Obviamente, no me metí en "su" espacio, la dejé fumar tranquila. 

Casi me dan pena los/as fumadores/as. Casi. Porque al margen del Covid y de si el humo del tabaco favorece el contagio o no, echo la vista atrás y no tengo más que malos recuerdos. 

Mis padres fumaban. En la cocina y en el salón. Llegar a casa de la calle y empezar a picarme la garganta al entrar en el salón, todo uno. Pero era lo normal, te aguantabas. 

Mis tíos y mis tías fumaban. En cada celebración familiar, humo y más humo, tanto en la casa donde estuviéramos como si era en restaurante o sociedad. Y ya que estábamos celebrando, ¡qué menos que encender unos puros! Pero era lo normal, te aguantabas. 

Se fumaba en los bares, restaurantes, hasta en el autobús. ¿Nunca os habéis llevado un quemazo en lugares con mucha gente? ¿O habéis vuelto a casa y habéis descubierto un agujerito en la ropa? Pero era lo normal, te aguantabas.

Se fumaba en las aulas del instituto y de la universidad, entre clase y clase. Por supuesto, en el pasillo también. Una vez, en la Escuela de Magisterio le pedí a un grupo que siempre se quedaba en la clase para fumar entre sesión y sesión si no les importaba fumar fuera en vez de dentro porque luego se quedaba la clase cargada y la respuesta fue un más que chulesco "sí nos importa". Pero era lo normal, te aguantabas. 

Se fumaba en el trabajo. Abríamos ventanas. 

¡Qué frío, cierra eso!

Cuando se vaya el humo. 

¡Ya estamos! 

Y te aguantabas, porque era lo normal.

Viaje largo en tren con una amiga, fumadora; me hago cargo, tantas horas sin fumar, pobre, ya vamos en el vagón de fumadores (cuando se podía elegir). Era lo normal, aguantarse. 

El primer espacio para no fumadores que conocí fue mi coche, cuando tuve el mío. El segundo, mi casa. 

El suelo de la calle, lleno de colillas; la arena de la playa, llena de colillas enterradas en la arena. ¡Asco! Y así seguimos: termino el cigarrillo y lo tiro al suelo o lo apago en la arena y ahí lo dejo. Como si es un empedrado medieval, todo es un gigantesco cenicero. ¿Es mucho pedir que llevéis una cajita a modo de cenicero? Sé que venden cosas así, pero en la playa una simple lata de refresco con un poco de agua basta, no es tan difícil. 

Ya no nos aguantamos. Y ahora somos malísimos y marginamos y pero ¡qué va a a ser esto! Si simplemente hubiera habido respeto por el no fumador en vez de burlas y desplantes, hoy no estaríamos así, con los/as fumadores/as buscando rincones para fumar sin ser molestados/as (no para no molestar, nótese el matiz).

Es de justicia reconocer a las pocas personas que siempre preguntaban en un sitio cerrado: "¿te molesta que fume?", que también las había. 

Ya sé lo que vais a contestar, lo de siempre, que los humos de los coches y tal. A eso también se le está poniendo remedio, no tenéis la exclusividad. Los vehículos están evolucionando a motores eléctricos (las baterías también contaminan lo suyo, pero eso es otra historia) y las ciudades cada vez tienen más zonas peatonales y carriles-bici. 

No es venganza, aunque personalmente no puedo evitar sentir cierto regocijo cuando oigo quejas y recuerdo las no atendidas de antaño, sino poner las cosas en su sitio. Fumar es una afición-adicción dañina para quienes fuman, para quienes fuman pasivamente, para el medio ambiente y para la sanidad que tiene que tratar enfermedades derivadas del tabaquismo con dinero público. Espero que al menos los impuestos del tabaco (y del alcohol) ¡se inviertan en sanidad! ¿Quieres fumar? Vale, fuma, pero lejos de mí, y no manches, llévate los restos contigo hasta el próximo cubo de basura que encuentres.  









domingo, 16 de junio de 2019

El árbol que parece un dinosaurio

La mirada de los niños es especial. Ellos ven lo que los demás hemos olvidado ver. Siento nostalgia de esa mirada que una vez tuve y ya no recuerdo, de esas veces en las que tus padres, tíos y abuelos reían con benevolencia y tú no sabías que era por esas miradas capaces de ver dinosaurios en los árboles.
Hace una semana aproximadamente tuvimos una salida con los de segundo de primaria: 7-8 años. Como no íbamos lejos, fuimos caminando. Pasábamos por un jardín en el que había unos olivos y se los mostré. Entonces un niño me preguntó: 


- ¿sabes cómo se llama el árbol  que hay al lado del cole, el que parece un dinosaurio?"

Debía de ser evidente qué árbol era, porque todos los niños próximos a  él sabían a qué árbol se refería.  Me descolocó totalmente. Me parecía una reencarnación de "El Principito". Yo era el piloto con el avión roto y un niño frente a mí hacía preguntas difíciles. El niño fue paciente y añadió: 


- sí, uno que tiene las ramas colgando todo para abajo. 

Le mostré un sauce llorón al que nos acercábamos y le dije: 


- ¿es como ese?




Y sí, ese era. Ya se quedó tranquilo al saber que su dinosaurio era un sauce llorón.
Yo, no, porque ahora no sé qué dinosaurio es. ¿Un diplodocus? ¿Un T-Rex? ¿Un velociraptor? 

Me siento como Saint-Exupéry preguntándose si el cordero del principito se comió a la rosa.
Busco cada día el sauce que parece un dinosaurio, y no desisto de encontrarlo...


viernes, 3 de mayo de 2019

Mañanas felinas





Como cada día que es fiesta mi gata Aiko viene a despertarme por la mañana muy temprano. Primero maúlla, luego se sube a la mesilla y me mira fijamente. A veces camina a lo largo de la almohada, de lado a lado de la cama, por encima de nuestras cabezas. Extiendo la mano para acariciarla pero se aleja, ¡no quiere que la toque! Quiere que me levante. Me hago la loca y sigo dormitando. Entonces se alza sobre sus patas traseras y rasca la cortina que era preciosa antes de que llegaran ella y sus uñas...  Me acabo levantando porque se le acaba enganchando la uña en la cortina y el forcejeo  amenaza con volverse sietes.  Alguna vez tengo suerte y basta con un "¡Aiko, deja la cortina!" más un taco (el taco es importante, yo creo que lo entiende) y se va a despertar a mi hijo. Escucho protestar al muchacho desde su habitación con esa voz grave que se la puesto desde que la nuez ha duplicado su tamaño. Al final, me levanto.







Aiko no quiere comer todavía. Quiere salir un rato al balcón a soñar que caza pájaros. He descubierto que los gorriones son capaces de volar marcha atrás cuando se acercan confiados a la barandilla, justo antes de verla. Cuando oye que se abre la puerta del balcón,  Luna (mi otra gata) aprovecha la oportunidad y sale también, a la carrera. Cierro la puerta, aún hace frío. 
Desayuno. Con tranquilidad. Oigo golpecitos en el cristal y un maullido lastimero. Ahora quiere entrar. Abro. Entran las dos. Me miran y maúllan. En realidad, la que maúlla es Aiko, Luna solo espera a que la mayor haga todo el trabajo de comunicación con los humanos. 
"¿Qué quieres?", le pregunto con la voz con la que se le habla a un bebé o a un niño pequeño. Sé de sobra lo que quiere, pero me hace gracia que se dirija hacia el armario donde guardamos su comida sin dejar de mirarme para asegurarse de que le sigo. El rabo bien levantado y las pupilas dilatadas. 
Les pongo su comida, su agua, y las miro comer plácidamente mientras me pregunto: ¿quién es la mascota de quién? 
Si tienes gatos, sabes la respuesta...

miércoles, 24 de abril de 2019

David Suárez y el humor.


He leído en twitter que David Suárez ha sido despedido de la SER y ya no va a estar en el programa “Yu, no te pierdas nada”, dirigido por Dani Mateo en los 40 principales. 

No me alegro de su despido. No me alegro por el despido de nadie pero tengo que decir que tampoco me da  ninguna pena máxime cuando el sr. Suárez seguirá en youtube, en su web, creo que en algún espectáculo propio y le irá muy bien. Seguro que gana más que yo, que me dedico a todo lo contrario de lo que hace él: la educación.

A raíz de su polémico tweet han ido saliendo otros anteriores, uno detrás de otro, como las cuentas de un rosario. Cada uno es mejor que el anterior y no deja títere con cabeza, aunque sus preferidos son los que ofenden a personas con discapacidad. No olvida a personas con cáncer ni a los andaluces. Seguramente me estaré dejando algo, pero el nivel de asco iba subiendo peligrosamente en mi organismo y tuve que dejarlo.

Esta persona es un producto de su tiempo: un youtuber que ha encontrado su hueco en las redes mediante la provocación. No es el primero en utilizar a discapacitados (recordemos los comienzos de Javier Cárdenas y los vídeos que hacía dejando en evidencia a personas con discapacidad intelectual para que el ¿respetable? se riera a su costa) ni será el último.  


Provocar y causar indignación es hoy en día la manera de destacar en las redes: “que hablen de mí aunque sea bien”. La velocidad con la que todo decae y se pasa de moda hace que se pierda toda prudencia y sentido común y se  sobrepasen todos los límites.

Provocar no implica necesariamente ofender. Cuando un humorista provoca, te hace reír y te hace pensar. Consigue que algo en tu interior se remueva. Consigue que te plantees cosas en las que no habías reparado antes: Leo Bassi, Moncho Borrajo, incluso Ángel Garó en sus comienzos, antes de que se convirtiera en la lamentable parodia de sí mismo que  es hoy, son algunos ejemplos. Hay muchos y muchas más: solo hay que echar un vistazo en plataformas como Netflix para encontrar monologuistas demoledores y que no ofenden con la crueldad de un tweet que habla de una mujer con síndrome de Down que hace mamadas con babas o que señala lo fácil que es quitarle un caramelo a un niño si previamente le has quitado la silla de ruedas.

Lo suyo es buscar dónde hacer daño para conseguir popularidad. Ya la tiene, sr. Suárez, ahora pocas personas quedarán que no sepan quién es usted. ¡Cuidado con lo que se desea!

Se vuelve a hablar de límites en el humor, de censura, de corrección política… Si como afirman algunos el humor o la libertad de expresión no han de tener límites, yo afirmo entonces que  el derecho a protestar de toda manera posible y a visibilizar la ofensa que sentimos tampoco ha de tener límite. Hay límites que sí se tienen en cuenta, tabús, y que hace mucho tiempo no se sobrepasan, como los “chistes” de mariquitas que hacían Arévalo y compañía en otro tiempo, y que hoy  no se perdonarían; o el famoso sketch de “mi marido me pega” de Martes y 13 y del que ellos mismos han renegado… Sí hay límites en el humor.

A pesar de todo lo dicho, creo que con su ingenio volverá a destacar y espero, deseaba que lo ocurrido le llevara a redirigir su actividad de provocar sin hacer daño a quien no se puede defender, a quien es vulnerable y necesita la protección de los demás. Su comunicado echa por tierra mis buenos deseos. Básicamente, él tiene razón y los guardianes de la moral no hemos entendido su verdadera intención. Evidentemente, discrepo. 


No termino sin proponer una reflexión sobre la discapacidad. Se tiende a pensar que hoy en día como en un embarazo se puede detectar si el niño o niña viene con síndrome de Down y muchas otras situaciones que no deseamos, con abortar...se acabó el problema. Pues no. En la mayoría de los casos la discapacidad intelectual se va haciendo evidente en los años de escolarización, y no antes; en otros, la discapacidad sobreviene  por accidente de parto (parálisis cerebral), un ataque epiléptico, secuelas a una anestesia, un accidente de tráfico, un ictus... Algunas de estas cosas nos pueden pasar a cualquiera ¡en cualquier momento! Y no nos gustará que un "humorista" nos utilice en sus penosos chistes y encima afirme que lo hace por poner el tema encima de la mesa, ya que nadie más se atreve.

miércoles, 13 de julio de 2016

¿Dulce?

Cansada, Dulce se sentó en el borde de la cama. Miró a su alrededor. La habitación era pequeña y acogedora, pulcra,  luminosa. Un amplio ventanal orientado al oeste le regalaba un atardecer urbano, bello pero extraño.  Debería sentirse triste.  Se concentró en su situación, trató de imaginar cómo habría de ser su vida a partir de ese momento.  Pensó que debería sentir miedo e intentó llorar. Frunció el entrecejo, crispó los labios, forzó unas lágrimas que le salieron secas… En cambio, le dio por reírse y,  para celebrarlo, se dirigió con brío al minibar y desenroscó el  tapón metálico de una botellita de whisky.
Horas antes caminaba por lo viejo. Era una soleada tarde de junio. Le gustaban las calles de lo viejo porque siempre estaban a la temperatura adecuada. Nunca hacía demasiado calor ni demasiado frío. En cada rincón un vestigio de historia la saludaba y ella disfrutaba de la memoria que vivía en cada puerta, en cada piedra. La  vida antigua salía al encuentro de gente nueva enfundada en vidas nuevas.  Se había comprado unas zapatillas y pensaba volver andando. Sería un agradable paseo de media hora hasta su hogar.
Y entonces algo llamó su atención. Pasaba por delante de una cuchillería. En el escaparate, multitud de cuchillos y navajas de distintos tamaños y formas, dispuestos en perfecta simetría. Dulce solo vio la catana sobre el soporte negro, perfectamente colocada, brillante, desenvainada. Un niño pegado al cristal de una pastelería contemplando un castillo gigante de chocolate no mostraría tanta emoción como la que se reflejaba en el rostro de Dulce.  Minutos después, salía de la cuchillería con dos bolsas: una, pequeña, con las zapatillas de paño; otra, grande y pesada, con la catana en un estuche y el soporte de madera. La imaginaba colocada sobre la mesita del vestíbulo o sobre la cómoda de su dormitorio. ¿Qué iba a pensar su marido? ¿Y sus hijos? Su madre volvía a casa con un arma japonesa. Bien que le gustaran las películas de artes marciales, pero el dineral que se había gastado… Se sintió culpable y a punto  estuvo de regresar a la tienda a devolverla, pero, ¿por qué no iba a concederse ella un capricho?
Al llegar a casa no había nadie. Miró el móvil. Tres mensajes de tres conversaciones: “Me quedo un rato con los del curro en el bar. Luego voy”. “Mamá, me voy de fiesta con los colegas, no me esperéis despiertos”. “Mamá, nos vamos al cine a ver una peli, cenaremos fuera, bs”. Con un suspiro, otra vez sola, depositó el estuche sobre la mesa baja del salón, lo abrió y se quedó contemplando el filo brillante, extasiada. Cerró su mano alrededor de la negra empuñadura,  la levantó en el aire, la blandió con su mano derecha y la sintió como una prolongación de su brazo. Un escalofrío recorrió su cuerpo de arriba abajo, de dentro a afuera. Era Uma Thurman en Kill Bill con una catana de Hattori Hanzo, sedienta de venganza, implacable. Y algún espíritu samurái la poseyó, sin previo aviso…
Cuando llegó su marido a casa la encontró sentada en el suelo con la espada en el regazo. El sofá estaba rajado de lado a lado; la tele full HD system, reventada en el suelo; todos los libros yacían heridos por doquier; en las paredes destacaban las marcas de los cuadros y fotos que colgaban precariamente de cualquier manera; la cortina se había convertido en un amasijo de jirones. “¿Dulce? Pero qué…¿qué coño has hecho? ¿te has vuelto loca?” Ella le miró como se mira a un extraño. Vio la catana y recorrió con los ojos la habitación. Le dolían los hombros y las manos. Llegó también la policía municipal. Los vecinos, asustados por sus gritos y el ruido de los sablazos y los objetos al caer, les habían llamado. Le confiscaron la catana, ella no supo explicarse, pero nunca antes se había sentido mejor. La llevaron al hospital y le dieron unas pastillas que no llegó a tragar. Tampoco se quedó en observación. Su marido, de pronto, le tenía miedo y le pidió que no volviera a casa. Le llevó una maleta a un hotel con parte de sus cosas y el bolso donde siempre llevaba la cartera con las tarjetas de crédito,  y la dejó sola tras prometerle que le enviaría el resto donde ella le dijera.  Por eso decidió sentirse triste y asustada cuando se dejó caer agotada sobre la cama del hotel, justo antes de que le diera la risa y se tomara un whisky.
Mañana iré a trabajar como siempre, se dijo. Por la tarde buscaré un piso pequeño de alquiler.

Sacó su cartera y miró su DNI: Dulce Sánchez Cordón. “Los apellidos los dejo, pero el nombre me lo cambio.” 

viernes, 24 de julio de 2015

LA ASESINA-SIN-QUERER DE GORRIONES

Cuando era pequeña me dedicaba a salvar gorriones. Solían caerse del nido al patio interior que había en la casa donde vivía con mis padres. El edificio de cinco pisos constaba de cuatro bloques y abarcaba una manzana. Escondía en su centro un patio rectangular largo y estrecho bajo el cual había entonces un local donde se vendían coches. Con cada generación de gorriones algunos descendían desde el tejado y no sabían volver a subir o no tenían fuerza suficiente para ascender la altura total del edificio. Intentaban posarse sobre la pared en una imposible posición vertical y volvían a caer. Entumecidos, dejaban de intentarlo, se quedaban quietos y piaban incesantemente pidiendo auxilio.

Un alma sensible y caritativa como la mía no podía soportar semejante abandono así que salía al patio desde la ventana de la cocina, cosa que podía hacer porque vivíamos en el primer piso, los atrapaba y los metía en una caja. Les daba de comer pan  remojado en agua o en leche con un palillo de dientes. No recuerdo haber conseguido salvar más que a uno, que era un poco mayor que los otros y bastó con sacarlo a la ventana de una de las habitaciones que daban a la calle. Desde allí, el animal voló hacia uno de los frondosos aligustres que crecían desde la calle y cuya altura alcanzaba casi la ventana.


Dejé de salvar gorriones cuando me cansé de verles morir y cuando me percaté de que si los dejaba solos, bajaba la madre a darles de comer y más temprano que tarde la cría aprendía a volar hacia arriba, hacia el cielo, y salía del tubo vertical que era aquel patio. Y por cierto, que era un gusto ver la escena de la madre alimentando al polluelo, siempre con sus alitas abiertas pidiendo más.

Me acordé de los gorriones del patio el otro día, viendo a uno atrapado en el interior de un edificio. Se había posado en la repisa de una ventana muy alta a la que únicamente se podría acceder con una escalera de mano, de las muy altas, de las de vértigo. El de mantenimiento iba a ser el encargado de sacarlo del encierro de cristal al que nunca jamás podría llegar su madre. La madre del gorrión, evidentemente, no la del de mantenimiento.  No sé qué habría pasado al final, no me pude quedar para ver cómo acababa la historia. Tampoco tenía tiempo ni ganas. La vida, que nos endurece.


El caso es que leí en una ocasión la historia de un mono de alma sensible y caritativa que se dedicaba a salvar a unos peces de morir ahogados en el río, sacándolos de este y depositándolos amorosamente sobre las piedras de la orilla. Ni qué decir tiene que los peces perecían asfixiados. Así me sentí yo, necia como el mono, empedrando de buenas intenciones el camino al infierno.