Cada vez que vuelvo a casa del trabajo ahí están: junto al semáforo bajo la antigua variante, ofreciendo pañuelos de papel por la voluntad. Son tres y se turnan. Uno de ellos es un hombre y tiene cara de estar de vuelta. Los otros dos son unos muchachos. Uno se parece al hombre con cara de estar de vuelta; me pregunto si será su hijo. El otro es muy distinto. Sonríe. Vende pañuelos de papel y regala sonrisas. Su aspecto es muy simpático. No sé si sonríe de verdad o es puro marketing de vendedor de pañuelos. No son pocos a los que saluda y que simplemente bajan las ventanillas para hablar con él. Y él siempre se ríe y hasta parece divertirse. Aunque alguna vez le he visto volverse con gesto contrariado y cambiar radicalmente la expresión de su cara. Pero casi siempre sonríe. A veces le compro un paquete y también a los otros. Pero solo le sonrío a uno. Al chico que vende pañuelos y regala sonrisas.
jueves, 23 de mayo de 2013
miércoles, 8 de mayo de 2013
El pasado mes de abril, a Pedro Burillo, primer rector de la UPNA (Universidad Pública de Navarra) le fue otorgada la Medalla de Oro de la UPNA. De su discurso dirigido a los/as estudiantes extraigo las siguientes palabras:
"Un país que permite que se exporten personas inteligentes, en lugar de exportar inteligencia, que es vuestro mayor tesoro, es un país que no confía en su juventud y que no tiene claro el papel de la investigación como motor de desarrollo económico, social y de futuro y eso es grave y lo pagaremos, lo estamos pagando".
Se puede decir más alto, pero no más claro. Siempre se dice que la educación es lo más importante en un país, que es lo que permite avanzar y mejorar a este, pero la realidad es que lo que se invierte en educación se pierde si las personas mejor preparadas se tienen que marchar a otros países porque si se quedan en el suyo van a ser unos muertos de hambre.
De alguna manera habrá que solucionar esto: o se invierte en investigación y desarrollo o la sociedad española está abocada a la involución y el país entero a la pobreza.
sábado, 4 de mayo de 2013
"Recuerdo de aquella época una sucesión de instantes felices". Así recuerda Víctor Frankenstein el tiempo de su infancia transcurrido entre el amor de su familia, juegos y risas. El recuerdo se produce tras haber creado su criatura, a la que nunca dará nombre, y tras tener que huir de la ciudad donde estudia medicina como consecuencia de una epidemia. En momentos de amargura, recuerda tiempos felices.
Quedó grabada en mi memoria la expresión "sucesión de instantes felices". No dice felicidad, dice "sucesión de instantes felices". A mi juicio, es lo que más se aproxima a la definición de felicidad. En la vida se suceden los momentos felices, tristes, airados, desesperados,... Cada uno tiene su búsqueda particular de la felicidad, pero lo que logramos como máximo es esa sucesión de instantes felices durante un tiempo limitado.
Creo que es parte de la filosofía budista (si no, que alguien me corrija) considerar el deseo como causa de infelicidad. El deseo insatisfecho, desde luego; pero el satisfecho también, porque en cuanto uno consigue lo que quiere, inmediatamente quiere más. La consecuencia lógica es que suprimir el deseo es el remedio para evitar la infelicidad. Pero yo me pregunto: y la ausencia de infelicidad ¿es felicidad? y me contesto: no.
Si el ser humano ha progresado ha sido por el deseo. Desear eliminar la enfermedad, vivir mejor, comer más y mejor, tener viviendas confortables y seguras, desplazarse con rapidez nos ha hecho investigar, descubrir, inventar, conquistar, colonizar, viajar, relacionarnos aunque no siempre con las mejores consecuencias.
Sin ese deseo motor de nuestro progreso no nos diferenciaríamos mucho de cualquier animal que vive "al día".
jueves, 2 de mayo de 2013
Hoy nos hemos desayunado con una impactante noticia: en EEUU un niño de cinco años mata accidentalmente a su hermana de dos, de un disparo. Y rápidamente te imaginas que el niño ha tenido acceso al arma de algún adulto de su familia, pero no... el arma era suya. Los padres del niño no sabían que quedaba una bala cargada.
Por lo visto, existen unos rifles especiales para niños, llamados "Cricket", y los hacen en colores vistosos. He visitado la web de la empresa y efectivamente, el surtido de armas para niños y niñas (las había en rosa Barbie) es abundante. Calibre 22.
La pregunta que me hago (la que nos hacemos todos, supongo) es: ¿qué esperan que pase si le regalan un arma de fuego a un niño o a una niña? Y la respuesta es inmediata: que se pegue un tiro o se lo pegue a alguien.
Y ahora, ¿qué va a ser de esa familia? Padres con sentimiento de culpa (por haberle regalado el rifle, por no haberse asegurado de que el arma estaba completamente descargada, por no haber vigilado a los niños, ...¿resistirá el matrimonio?); niño de cinco años probablemente traumatizado de por vida,...
No sé cuántos hechos trágicos más tienen que ocurrir para que se controle de una vez la tenencia de armas.
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